martes, 22 de julio de 2008

¿Eres un buen Peregrino?

Recientemente, en el grupo Guerreros Critianos, hemos estado discutiendo este asunto. En la introducción al estudio de la obra de Bunyan, El progreso del Peregrino, sugerí que todo aquel que quiera emprender el peregrinaje espiritual considere los siguientes puntos:

  1. La empresa del guerrero cristiano
  2. Las dificultades para lograr tal empresa
  3. Si hemos sido llamados por Dios a enrolarnos en el ejército de Cristo

En la introducción hemos abordado con cierto detalle los puntos 1 y 2, pero el punto tres lo he dejado intencionalmente para discutirlo con el estudio de la primera parte de la novela de Bunyan. La novela comienza describiendo al protagonista, cristiano, un hombre con familia, vestido de harapos, con una carga que cuelga de su espalda, leyendo un libro. A medida que lee en su libro se llena de angustia. Su familia no le comprende, el quiere huir de su ciudad, pues se ha enterado de que va a ser destruida, pero no sabe por dónde correr. ¿Qué tiene esto que ver con el llamado del guerrero cristiano?

No profundizaré aquí en el tema del llamado cristiano, lo cual he hecho en otro lugar. Sólo diré que Dios llama a ciertas personas a través de diversos medios. Y este llamado consiste en una invitación a dejar el mundo, es decir, a convertirnos en peregrinos, como dice el apóstol refiriéndose a los patriarcas de la antigüedad:

Conforme á la fe murieron todos éstos sin haber recibido las promesas, sino mirándolas de lejos, y creyéndolas, y saludándolas, y confesando que eran peregrinos y advenedizos sobre la tierra. Porque los que esto dicen, claramente dan á entender que buscan una patria. Que si se acordaran de aquella de donde salieron, cierto tenían tiempo para volverse: Empero deseaban la mejor, es á saber, la celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos: porque les había aparejado ciudad. He. 11:13-16.
Es importante notar lo siguiente: cuando Dios nos llama, nos hace una promesa, a saber, que viviremos en la ciudad celestial.

Ahora bien, en la novela de Bunyan vemos a muchos peregrinos que no logran llegar a la meta, a la ciudad celestial. También vemos el caso de uno que llega y no se le permite el acceso. ¿Cómo podemos estar seguros de que llegaremos a nuestro destino? ¿Cómo podemos saber que estamos bien encaminados? Y si llegamos a la ciudad celestial, ¿se nos permitirá la entrada, o se nos dirá:

Dígoos que no os conozco de dónde seáis; apartaos de mí todos los obreros de iniquidad. Allí será el llanto y el crujir de dientes, cuando viereis á Abraham, y á Isaac, y á Jacob, y á todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros excluídos. Lc. 13:27,28.
Aquí no se trata de querer salvarse, ni de esforzarse en ello, porque "no es del que quiere ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia"(Ro. 9:16). Tampoco se trata de hacer una profesión de religión, pues Cristo dijo: "No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos" (Mt. 7:21). Ciertamente muchos escuchan el llamado del Evangelio, y de los que escuchan un grupo responde a ese llamado. Sin embargo, no todos los que responden al llamado evangélico llegarán a la ciudad celestial. Cuando Juan el bautista predicaba en el Jordán, unos judíos vinieron a él para que los bautizara, a los cuales les dijo: "Generación de víboras, ¿quién os ha enseñado á huir de la ira que vendrá?" (Mt. 3:7).

Lo peor es que a veces el ser humano puede estar muy engañado con respecto a su verdadera condición ante Dios, de tal manera que, aunque emprendió el peregrinaje espiritual, no se da cuenta que el camino que sigue no lo llevará a la ciudad celestial. Escrito está: "Hay camino que al hombre parece derecho; Empero su fin son caminos de muerte" (Pr. 14:12). Pero si el hombre ni por desear la salvación, ni por esforzarse en alcanzarla ni por profesar una religión, llegará a la ciudad celestial, ¿cómo entonces sabrá si va por buen camino?

Las Sagradas Escrituras tienen la respuesta a esto. En el sermón del monte, nuestro Señor Jesucristo habló de siete bienaventiranzas. La primera de las cuales reza de la siguiente manera: "Bienaventurados los pobres en espíritu: porque de ellos es el reino de los cielos" (Mt. 5:3). ¿Quiénes son los pobres en espíritu? La Palabra de Dios nos enseña que "no hay justo ni aún uno", y por lo tanto podríamos concluir que todos los hombres somos pobres en espíritu. Sin embargo no todos los hombres sienten su pobreza de espíritu, y dicen: "Yo soy rico, y estoy enriquecido, y no tengo necesidad de ninguna cosa". No saben que son "cuitados y miserables y pobres y ciegos y desnudos" (Ap. 3:17).

Los pobres en espíritu son aquellos que experimentan o que son sensibles a su pobreza. Sienten que están vestidos de harapos, pues sus "justicias son como trapo de inmundicia"(Is. 64:6), sienten la carga de la culpa que produce la conciencia de pecado (Sal. 38:4), entienden que están bajo la ira de Dios y que si tuvieran que enfrentar el juicio divino, no se sostendrían. Debemos decir que esta experiencia es sobrenatural, no la puede producir el hombre. Esta experiencia hace al hombre verdaderamente sabio, pues llega a tener una vislumbre de su verdadera condición espiritual.

Es interesante notar que la novela de Bunyan comienza describiendo la experiencia de la primera bienaventuranza del sermón del monte, lo que nos hace pensar que el orden de las bienaventuranzas no es arbitrario, y que ellas describen el proceso de santificación del creyente. Veremos que el resto de las experiencias de nuestro héroe, Cristiano, se ajustan a las bienaventuranzas.

Ahora pregúntate: ¿seré yo un buen peregrino?

Te esperamos en los estudios de los Guerreros Cristianos.

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