2. La religión verdadera consiste en hacer el bien sin mirar a quién, en la religión falsa se trata a los hombres según su credo, condición y obras.
Nuestro Señor dijo: “Así que, todas las cosas que quisierais que los hombres hiciesen con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esta es la ley y los profetas” (Mt. 7:12). La frase “así que” con la que comienza este versículo, indica que lo que sigue se desprende o se infiere de lo que se ha dicho anteriormente. ¿Cómo concluimos que hay que hacer a los hombres como queremos que nos hagan a nosotros? Lo que viene diciendo Jesús es que Dios no nos trata conforme a lo que merecemos, sino conforme a nuestras necesidades. El que acude a Dios pidiéndole su Santo Espíritu lo hace, no confiado en su propia justicia, porque no puede reconocer ninguna, sino que lo hace porque lo necesita y siente su gran necesidad. Ahora bien, alguien que acude así a Dios, ¿le negará aquello que su prójimo necesita porque no se lo merece? Esto no sería un comportamiento consecuente. Jesús ilustró la inconsecuencia de este comportamiento en la parábola de los dos deudores (Mt. 18:23-35). Nuestro Señor además nos enseña que Dios no perdonará a aquellos que no sean capaces de perdonar a sus semejantes, pues él dijo que debíamos orar así: “Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos á nuestros deudores” (Mt. 6:12).
Dios es un ser santo y puro, no como nosotros que somos pecadores. De manera que una ofensa a nuestras personas no se puede comparar con una ofensa a Dios. Una ofensa a Dios, por pequeña que nos parezca, es infinitamente más grave que una ofensa que nos haya sido infligida por un hombre. Y esto no solamente porque Dios es puro y santo, sino porque él es Dios y es nuestro Creador, y por lo tanto le debemos toda reverencia y adoración.
En la religión falsa es diferente el trato con el prójimo. A éste se le trata según sus creencias, condición y conducta. Se trata bien a alguien sólo en la medida en que se lo merece. Pero si el hombre es pecador, ¿cómo puede tratar así a su prójimo, siendo que él mismo no es digno de las bondades de Dios? Lucas describe a los que practican la falsa religión como “unos que confiaban de sí como justos, y menospreciaban á los otros” (Lc. 18:9). Los que practican la falsa religión se consideran a sí mismos justos, y esta justicia proviene de ellos mismos. El falso adorador fabrica su propia justicia por medio de la obediencia a la ley, o la práctica de los deberes religiosos. Piensa que su gran poder está en la voluntad o libre albedrío, según el cual ha decidido y decide en cada momento practicar la piedad. Su justicia queda manifiesta cuando se compara con sus semejantes, él es mejor que los demás porque ha decidido ser obediente. Sin embargo el falso adorador no se da cuenta que su observancia de la ley es inútil para Dios, por dos razones fundamentales: 1) La obediencia a la ley no justifica del pecado y 2) no procede de un corazón santificado. Veamos cada una de estas cosas.
La ley moral de Dios exige obediencia por parte del hombre cada segundo de su vida, los trescientos sesenta y cinco días del año. Por lo tanto una acción buena no justifica de un pecado o acción mala pasada. Se requeriría una “justicia extra” para poder suplir la falta. La religión falsa especifica ciertos ritos y obras de caridad que serían capaces de producir tal justicia extra, como las indulgencias, la limosna, las penitencias, etc. Todas estas acciones provendrían de la voluntad humana, de manera que la voluntad del hombre sería capaz de producir justicia. Pero esto es imposible dado que el pecado es una ofensa contra Dios, y sólo él es capaz de perdonar al pecador por medio de un acto de pura misericordia. En ningún momento Dios está en deuda con el hombre que practica las obras de la religión. Concluimos entonces que ni la obediencia a la ley moral de Dios (portarse bien), ni la observancia la ley ceremonial de Dios (los ritos y ceremonias de la religión) sean capaces de justificar del pecado.
En el argumento anterior no nos hemos detenido a considerar la naturaleza de las obras de obediencia, y hemos llegado a una conclusión independientemente de si las obras eran buenas o no. Sin embargo, ahora hacemos la pregunta: ¿puede un pecador obrar el bien por su propia voluntad? En primer lugar notemos cuál es la condición inicial o natural del hombre. Todo hombre viene a este mundo como pecador o injusto. Cuando a Cristo lo llamaron “maestro bueno”, él dijo: “¿Por qué me llamas bueno? Ninguno es bueno sino uno, es á saber, Dios” (Mt. 19:17). Las Escrituras declaran que todos los hombres han pecado (Ro. 3:10-18), y que todo aquel que ha practicado el mal es incapaz de obrar el bien. Por medio del profeta, Dios nos ha dicho: “¿Mudará el negro su pellejo, y el leopardo sus manchas? Así también podréis vosotros hacer bien, estando habituados á hacer mal” (Jer. 13:23). Así como el negro ha heredado el color de su piel, y el leopardo ha heredado las manchas de su pelaje, así los seres humanos hemos heredado la rebelión contra Dios y su ley. Nuestro Señor Jesús dijo: “lo que es nacido de la carne, carne es”, y el apóstol Pablo nos revela qué hay en la carne cuando dice: “Por cuanto la intención de la carne es enemistad contra Dios; porque no se sujeta á la ley de Dios, ni tampoco puede. Así que, los que están en la carne no pueden agradar á Dios” (Ro. 8:7,8); y nos muestra además cómo se manifiesta esa impureza de la carne:
Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, disolución, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, banqueteos, y cosas semejantes á éstas (Gá. 5:19-21).
Nuestro Señor Jesucristo nos dice con respecto al corazón del hombre: “O haced el árbol bueno, y su fruto bueno, ó haced el árbol corrompido, y su fruto dañado; porque por el fruto es conocido el árbol. Generación de víboras, ¿cómo podéis hablar bien, siendo malos? porque de la abundancia del corazón habla la boca” (Mt. 12:33,34). De manera que así como un árbol de manzanas no puede producir naranjas, el corazón del hombre pecador es incapaz de producir buenas obras. Para el hombre es natural practicar el pecado como para el árbol de manzanas es natural producirlas. Todas las obras del pecador están manchadas por el egoísmo, y por lo tanto son ineficaces para justificar.