viernes, 21 de diciembre de 2007

El don de la justicia

El profeta Daniel tenía una profunda comprensión de lo que es la verdadera religión, comprendía cuál es la condición del hombre, y cómo ha de relacionarse éste con un Dios puro, santo, justo y misericordioso. En la oración que el profeta hace intercediendo por su pueblo, la cual se encuentra registrada en el noveno capítulo de Daniel, están expuestos los principios de la verdadera religión. Recomiendo su lectura. Llama en especial la atención el versículo 18, que dice:
Inclina, oh Dios mío, tu oído, y oye; abre tus ojos, y mira nuestros asolamientos, y la ciudad sobre la cual es llamado tu nombre: porque no derramamos nuestros ruegos ante tu acatamiento confiados en nuestras justicias, sino en tus muchas miseraciones.

Daniel no veía en las justicias del pueblo de Israel argumentos suficientes para solicitar la redención de su pueblo. Él apelaba a Dios basado en dos cosas: 1) La gran miseria y necesidad de su pueblo; 2) La gran misericordia de Dios. Y este mismo principio se aplica a todo aquel que se acerca a Dios. El pecador arrepentido buscará a Dios, no porque es digno de su favor, sino porque lo necesita; no porque es justo, sino porque necesita ser justificado; no porque sea puro, sino porque necesita ser limpiado. Apelará además a Dios confiado en que es misericordioso, y quiere rescatar al hombre. El perdón de Dios que justifica al hombre no es algo que se pueda comprar. Dios otorga su perdón de manera unilateral, y por lo tanto su justicia para el hombre es un don y por lo tanto es una bendición GRATUITA. No se adquiere con dinero, buenas obras, sacrificios o cualquier cosa que el hombre pueda producir. Tampoco tiene el hombre un derecho inherente al perdón, sino que Dios lo otorga de pura gracia. Dios no está en deuda con el hombre, ni puede adquirir deuda alguna. Es el hombre el que está en deuda con Dios, y es incapaz de pagarla por sí mismo. Por otro lado, Dios no cambia, y por lo tanto lo que haga el hombre no puede persuadirlo a tener una actitud diferente hacia el hombre. Si Dios quisiera destruir al pecador por la justa retribución de sus acciones, nada le haría cambiar de parecer, porque él es inmutable. De manera que si Dios perdona al hombre, es porque él quiere redimirle. Pero para recibir el perdón de Dios y el don de su justicia es necesario que el hombre se arrepienta. Nadie puede disfrutar de un regalo si no lo recibe. Y nadie apreciará algo que considere que no necesita. De manera que si alguien nos ofrece un regalo que pensamos que no necesitamos, o lo rechazamos o lo relegamos sin aprovecharlo. Así es el perdón de Dios, si el hombre piensa que no lo necesita será incapaz de aprovecharse de él. Sólo el pecador arrepentido es capaz de apreciar el don de la justicia de Dios y disfrutarlo. Sin embargo, hay un principio en el hombre, en su naturaleza, que le impide beneficiarse de la justicia de Dios, y es el principio o el sentido de la justicia propia. Este principio se manifiesta de varias maneras, a saber:
  1. Al no reconocer la condición caída del hombre, considerando que éste no es en verdad injusto y que no ha ofendido a Dios y no está en deuda con él;
  2. Al pretender que los actos de justicia, amor o caridad, constituyen mérito para obtener el perdón de Dios; si esto fuera así, la justicia de Dios no sería ya un regalo, y Dios estaría en deuda con el hombre que obra justicia.
  3. Al justificar el pecado atribuyendo sus causas principales a factores externos al pecador.
Estas tres actitudes impiden al hombre apropiarse del regalo de la justicia de Dios. La falsa religión es aquella que establece como medio la justicia humana como medio para relacionarse con Dios, reforzando alguna de las tres actitudes ya mencionadas. Concluimos con las palabras del profeta David:
Bienaventurado aquel cuyas iniquidades son perdonadas, y borrados sus pecados. Bienaventurado el hombre á quien no imputa Jehová la iniquidad, y en cuyo espíritu no hay superchería. Sal. 32:1,2.

sábado, 15 de diciembre de 2007

Dos descendencias, dos religiones

EMPERO Jehová había dicho á Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, á la tierra que te mostraré; y haré de ti una nación grande, y bendecirte he, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición: Y bendeciré á los que te bendijeren, y á los que te maldijeren maldeciré: y serán benditas en ti todas las familias de la tierra. Gn. 12:1-3.

Dios había prometido a Abraham que haría de su desendencia una gran nación, y que por medio de este pueblo serían bendecidas las naciones. Ya Abraham era anciano, y su esposa Sara, aparte de ser anciana era estéril. Es por ello que naturalmente se preguntaban cómo era que iban a tener descendencia. El anciano patriarca oró a Dios diciendo:
Señor Jehová ¿qué me has de dar, siendo así que ando sin hijo, y el mayordomo de mi casa es ese Damasceno Eliezer?... Mira que no me has dado prole, y he aquí que es mi heredero uno nacido en mi casa. Gn. 15:2,3.

A lo cual contestó Dios:
No te heredará éste, sino el que saldrá de tus entrañas será el que te herede. . . Mira ahora á los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu simiente. Gn. 15:4,5.

Pero pasaba el tiempo y las dudas con respecto a cómo se cumpliría la promesa de Dios aumentaban. Entonces a Sara se le ocurrió una idea, y le dijo a Abraham: "Ya ves que Jehová me ha hecho estéril: ruégote que entres á mi sierva; quizá tendré hijos de ella" (Gn. 16:2). Sara quería ayudar a que la promesa de Dios se cumpliese, no podía creer que ella, de tan avanzada edad, y siendo estéril además, pudiese concebir. Así que recurrió a su sierva Agar para que Abraham pudiese tener descendencia de ella. Abraham consintió en este plan. Dicen las Escrituras:
Y Sarai, mujer de Abram, tomó á Agar su sierva egipcia, al cabo de diez años que había habitado Abram en la tierra de Canaán, y dióla á Abram su marido por mujer. Y él cohabitó con Agar, la cual concibió. . . Y parió Agar á Abram un hijo y llamó Abram el nombre de su hijo que le parió Agar, Ismael. Gn. 16:3,4,15.

Pero Dios tenía otros planes, y lo que quería hacer Dios no lo podía hacer el hombre. Dios se comunicó con Abraham nuevamente, y le dijo:
A Sarai tu mujer no la llamarás Sarai, mas Sara será su nombre. Y bendecirla he, y también te daré de ella hijo; sí, la bendeciré, y vendrá á ser madre de naciones; reyes de pueblos serán de ella. Entonces Abraham cayó sobre su rostro, y rióse, y dijo en su corazón: ¿A hombre de cien años ha de nacer hijo? ¿y Sara, ya de noventa años, ha de parir? Y dijo Abraham á Dios: Ojalá Ismael viva delante de ti. Y respondió Dios: Ciertamente Sara tu mujer te parirá un hijo, y llamarás su nombre Isaac; y confirmaré mi pacto con él por alianza perpetua para su simiente después de él. Gn. 17:15-19.

Dios confirmaría el pacto que había hecho con Abraham en Isaac, de manera que éste vendría a ser el representante de la religión verdadera. Ahora bien, veamos cómo el apóstol Pablo interpreta este episodio de la vida del patriarca:
Decidme, los que queréis estar debajo de la ley, ¿no habéis oído la ley? Porque escrito está que Abraham tuvo dos hijos; uno de la sierva, el otro de la libre. Mas el de la sierva nació según la carne; pero el de la libre nació por la promesa. Las cuales cosas son dichas por alegoría: porque estas mujeres son los dos pactos; el uno ciertamente del monte Sinaí, el cual engendró para servidumbre, que es Agar. Porque Agar ó Sinaí es un monte de Arabia, el cual es conjunto á la que ahora es Jerusalem, la cual sirve con sus hijos. Mas la Jerusalem de arriba libre es; la cual es la madre de todos nosotros. Gá. 4:21-22.

Para el apóstol, Agar y Sara representan dos religiones o dos pactos. La religión de Agar es aquella que se basa en el esfuerzo humano, en lo que el hombre puede hacer. Ismael nació del esfuerzo de Abraham y Sara por hacer cumplir la promesa de Dios, mientras que Isaac fue concebido milagrosamente según la promesa de Dios. La religión verdadera no depende de una descendencia carnal. Da igual si somos descendientes carnales de Isaac o de Ismael. Lo que importa es si tenemos la actitud de Abraham y Sara al ser concebido Isaac o Ismael. El apóstol Pablo dijo:
No todos los que son de Israel son Israelitas; ni por ser simiente de Abraham, son todos hijos; mas: En Isaac te será llamada simiente. Quiere decir: No los que son hijos de la carne, éstos son los hijos de Dios; mas los que son hijos de la promesa, son contados en la generación. Ro. 9:6-8.

Así que la religión que dió a luz a Ismael es la de aquellos que quieren justificarse delante de Dios guardando las obras de la ley, mientras que la religión que dió a luz a Isaac es la de aquellos que confían en las promesas de Dios para ser justificados. Estas dos religiones son antagónicas, y no pueden estar en armonía la una con la otra. Así como Caín asesinó a Abel, Ismael persiguió a Isaac y Agar se ensoberbeció contra Sara (Gn. 16:5;Gá. 4:29).

jueves, 13 de diciembre de 2007

Las dos religiones parte 4

4. En la religión verdadera se exalta la ley, mientras que en la religión falsa se niega la ley, ya sea de palabra y obra o ya sea de obra solamente.
Y guardaos de los falsos profetas, que vienen á vosotros con vestidos de ovejas, mas de dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Cógense uvas de los espinos, ó higos de los abrojos? Así, todo buen árbol lleva buenos frutos; mas el árbol maleado lleva malos frutos. No puede el buen árbol llevar malos frutos, ni el árbol maleado llevar frutos buenos. Todo árbol que no lleva buen fruto, córtase y échase en el fuego. Así que, por sus frutos los conoceréis (Mt. 7:15-20).

En la religión verdadera, la obediencia a la ley moral de Dios no es el medio para reconciliarse con él, sino mas bien es el fruto de dicha reconciliación. Dios transforma el corazón del verdadero creyente de modo que de él puedan salir cosas buenas y resulte natural para el redimido conformarse a la voluntad de Dios. Nuestro Señor Jesucristo dijo: “No penséis que he venido para abrogar la ley ó los profetas: no he venido para abrogar, sino á cumplir” (Mt. 5:17). Por su parte, el apóstol Juan nos dice: “En esto conocemos que amamos á los hijos de Dios, cuando amamos á Dios, y guardamos sus mandamientos. Porque este es el amor de Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son penosos” (1 Jn. 5:2,3). El verdadero creyente no ve con fastidio el cumplimiento de la ley, y la observa de corazón, no solamente exteriormente.

Hay dos maneras en que la falsa religión socava la ley moral de Dios, lo cual hace principalmente por medio de sus profetas o ministros: 1) Al predicar los falsos profetas que la ley moral está abolida y que los creyentes están exentos de observarla; 2) cuando los falsos profetas o maestros, aunque exalten la ley en sus sermones, en la práctica contradicen sus palabras. De este segundo caso nos ocuparemos en más detalle en el próximo apartado. Jesús advirtió en contra de estos falsos profetas, que son los agentes propagadores de la falsa religión. Nos exhorta a probar a los maestros según sus frutos u obras.

Los falsos profetas, a diferencia de los verdaderos, son muy populares, porque apelan a los caprichos de la gente. Les presentan el camino fácil, y les hablan de libertad. El apóstol Juan dice de ellos: “Ellos son del mundo; por eso hablan del mundo, y el mundo los oye” (1 Jn. 4:5), y apóstol Pedro refiriéndose a estas mismas personas enseñó:
Porque hablando arrogantes palabras de vanidad, ceban con las concupiscencias de la carne en disoluciones á los que verdaderamente habían huído de los que conversan en error; prometiéndoles libertad, siendo ellos mismos siervos de corrupción. Porque el que es de alguno vencido, es sujeto á la servidumbre del que lo venció. Ciertamente, si habiéndose ellos apartado de las contaminaciones del mundo, por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo, y otra vez envolviéndose en ellas, son vencidos, sus postrimerías les son hechas peores que los principios (2 P. 2:18-20).

Entendemos de esto que los falsos profetas dejan a la gente peor de lo que eran antes. Muchos, que se habían convertido a Dios y abandonado el pecado, por la influencia de un falso maestro volvieron a practicar las inmundicias que habían abandonado. Y todo esto bajo una falsa promesa de libertad. Lo cierto es que no hay libertad en el pecado, porque como dijo nuestro Señor: “todo aquel que hace pecado, es siervo de pecado” (Jn. 8:34). Por su parte, el apóstol Judas (no el Iscariote), nos advierte:
Porque algunos hombres han entrado encubiertamente, los que desde antes habían sido destinados para esta condenación, hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios el único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo (Jud. 1:4).

Cuidémonos pues de los falsos maestros y profetas.

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Las dos religiones parte 3

3. En la religión verdadera, la conversión es un proceso doloroso y angustioso, mientras que la religión falsa es fácil.

Entrad por la puerta estrecha: porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva á perdición, y muchos son los que entran por ella. Porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva á la vida, y pocos son los que la hallan (Mt. 7:13,14).


La religión verdadera constituye un reto para el ser humano. Ella llama al hombre a reconciliarse con Dios, mientras que el hombre es enemigo de Dios por naturaleza (Efe. 2:3). Para que el hombre pueda reconciliarse con Dios y practicar la religión verdadera, ha de convertirse. La conversión es un proceso doloroso que implica la autonegación, pues como ya hemos visto, nuestra misma esencia es el egoísmo, el cual llevamos en la carne.

Un día en su ministerio terrenal, nuestro Señor reparó en el hecho de que lo seguían multitudes. En lugar de sentirse alagado y orgulloso, le alarmó este hecho. Volviéndose a la multitud dijo:

Si alguno viene á mí, y no aborrece á su padre, y madre, y mujer, é hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su vida, no puede ser mi discípulo. Y cualquiera que no trae su cruz, y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo. Porque ¿cuál de vosotros, queriendo edificar una torre, no cuenta primero sentado los gastos, si tiene lo que necesita para acabarla? Porque después que haya puesto el fundamento, y no pueda acabarla, todos los que lo vieren, no comiencen á hacer burla de él, diciendo: Este hombre comenzó á edificar, y no pudo acabar. ¿O cuál rey, habiendo de ir á hacer guerra contra otro rey, sentándose primero no consulta si puede salir al encuentro con diez mil al que viene contra él con veinte mil? De otra manera, cuando aun el otro está lejos, le ruega por la paz, enviándo le embajada. Así pues, cualquiera de vosotros que no renuncia á todas las cosas que posee, no puede ser mi discípulo (Lc. 14:26-33).


Cuando el hombre discierne lo que verdaderamente entraña la reconciliación con Dios, retrocede. Ante él se presenta una puerta estrecha, por la cual no cabe su orgullo, su egoísmo y sus caprichos. No solamente debe el creyente renunciar a los placeres sensuales que perjudican el alma, sino que debe estar dispuesto a entregarlo todo, relaciones familiares, honores, riquezas, incluso la vida misma. Todo esto lo hará por amor a Dios, porque lo valorará más que todas las cosas. Y cuando una persona se propone vivir conforme a la verdadera piedad, no es extraño que amigos, familiares y la sociedad entera se le opongan, se burlen de él e incluso lo agredan. Son pocos en verdad los que soportan semejantes pruebas, por lo cual la verdadera religión no es popular.

Muy diferente es el caso de la falsa religión. Ella es amiga del mundo, y siempre está dispuesta a servir a los intereses terrenales. Los falsos adoradores acuden a la falsa religión por diversos motivos. Para ellos profesar la religión puede implicar la posibilidad de incrementar sus riquezas, o el ser respetado, o cubrir sus caprichos bajo el manto religioso, o ganar la atención de las personas. En fin, son muchas las sutilezas que engañan al hombre para que transite el camino de la falsa religión. Ésta puede ser por ejemplo la religión de los padres, la religión nacional o la que cuenta con mayor prestigio, de tal manera que menospreciarla implique descrédito, oposición y vejaciones. También puede ser una religión peculiar, más bien exclusivista, pero que promete complacer los caprichos. Como quiera que sea, será fácil seguir la falsa religión, porque agrada a la carne.

Dijo el apóstol:

Adúlteros y adúlteras, ¿no sabéis que la amistad del mundo es enemistad con Dios? Cualquiera pues que quisiere ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios (Stg. 4:4).

martes, 11 de diciembre de 2007

Las dos religiones parte 2

2. La religión verdadera consiste en hacer el bien sin mirar a quién, en la religión falsa se trata a los hombres según su credo, condición y obras.

Nuestro Señor dijo: “Así que, todas las cosas que quisierais que los hombres hiciesen con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esta es la ley y los profetas” (Mt. 7:12). La frase “así que” con la que comienza este versículo, indica que lo que sigue se desprende o se infiere de lo que se ha dicho anteriormente. ¿Cómo concluimos que hay que hacer a los hombres como queremos que nos hagan a nosotros? Lo que viene diciendo Jesús es que Dios no nos trata conforme a lo que merecemos, sino conforme a nuestras necesidades. El que acude a Dios pidiéndole su Santo Espíritu lo hace, no confiado en su propia justicia, porque no puede reconocer ninguna, sino que lo hace porque lo necesita y siente su gran necesidad. Ahora bien, alguien que acude así a Dios, ¿le negará aquello que su prójimo necesita porque no se lo merece? Esto no sería un comportamiento consecuente. Jesús ilustró la inconsecuencia de este comportamiento en la parábola de los dos deudores (Mt. 18:23-35). Nuestro Señor además nos enseña que Dios no perdonará a aquellos que no sean capaces de perdonar a sus semejantes, pues él dijo que debíamos orar así: “Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos á nuestros deudores” (Mt. 6:12).

Dios es un ser santo y puro, no como nosotros que somos pecadores. De manera que una ofensa a nuestras personas no se puede comparar con una ofensa a Dios. Una ofensa a Dios, por pequeña que nos parezca, es infinitamente más grave que una ofensa que nos haya sido infligida por un hombre. Y esto no solamente porque Dios es puro y santo, sino porque él es Dios y es nuestro Creador, y por lo tanto le debemos toda reverencia y adoración.

En la religión falsa es diferente el trato con el prójimo. A éste se le trata según sus creencias, condición y conducta. Se trata bien a alguien sólo en la medida en que se lo merece. Pero si el hombre es pecador, ¿cómo puede tratar así a su prójimo, siendo que él mismo no es digno de las bondades de Dios? Lucas describe a los que practican la falsa religión como “unos que confiaban de sí como justos, y menospreciaban á los otros” (Lc. 18:9). Los que practican la falsa religión se consideran a sí mismos justos, y esta justicia proviene de ellos mismos. El falso adorador fabrica su propia justicia por medio de la obediencia a la ley, o la práctica de los deberes religiosos. Piensa que su gran poder está en la voluntad o libre albedrío, según el cual ha decidido y decide en cada momento practicar la piedad. Su justicia queda manifiesta cuando se compara con sus semejantes, él es mejor que los demás porque ha decidido ser obediente. Sin embargo el falso adorador no se da cuenta que su observancia de la ley es inútil para Dios, por dos razones fundamentales: 1) La obediencia a la ley no justifica del pecado y 2) no procede de un corazón santificado. Veamos cada una de estas cosas.

La ley moral de Dios exige obediencia por parte del hombre cada segundo de su vida, los trescientos sesenta y cinco días del año. Por lo tanto una acción buena no justifica de un pecado o acción mala pasada. Se requeriría una “justicia extra” para poder suplir la falta. La religión falsa especifica ciertos ritos y obras de caridad que serían capaces de producir tal justicia extra, como las indulgencias, la limosna, las penitencias, etc. Todas estas acciones provendrían de la voluntad humana, de manera que la voluntad del hombre sería capaz de producir justicia. Pero esto es imposible dado que el pecado es una ofensa contra Dios, y sólo él es capaz de perdonar al pecador por medio de un acto de pura misericordia. En ningún momento Dios está en deuda con el hombre que practica las obras de la religión. Concluimos entonces que ni la obediencia a la ley moral de Dios (portarse bien), ni la observancia la ley ceremonial de Dios (los ritos y ceremonias de la religión) sean capaces de justificar del pecado.

En el argumento anterior no nos hemos detenido a considerar la naturaleza de las obras de obediencia, y hemos llegado a una conclusión independientemente de si las obras eran buenas o no. Sin embargo, ahora hacemos la pregunta: ¿puede un pecador obrar el bien por su propia voluntad? En primer lugar notemos cuál es la condición inicial o natural del hombre. Todo hombre viene a este mundo como pecador o injusto. Cuando a Cristo lo llamaron “maestro bueno”, él dijo: “¿Por qué me llamas bueno? Ninguno es bueno sino uno, es á saber, Dios” (Mt. 19:17). Las Escrituras declaran que todos los hombres han pecado (Ro. 3:10-18), y que todo aquel que ha practicado el mal es incapaz de obrar el bien. Por medio del profeta, Dios nos ha dicho: “¿Mudará el negro su pellejo, y el leopardo sus manchas? Así también podréis vosotros hacer bien, estando habituados á hacer mal” (Jer. 13:23). Así como el negro ha heredado el color de su piel, y el leopardo ha heredado las manchas de su pelaje, así los seres humanos hemos heredado la rebelión contra Dios y su ley. Nuestro Señor Jesús dijo: “lo que es nacido de la carne, carne es”, y el apóstol Pablo nos revela qué hay en la carne cuando dice: “Por cuanto la intención de la carne es enemistad contra Dios; porque no se sujeta á la ley de Dios, ni tampoco puede. Así que, los que están en la carne no pueden agradar á Dios” (Ro. 8:7,8); y nos muestra además cómo se manifiesta esa impureza de la carne:

Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, disolución, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, banqueteos, y cosas semejantes á éstas (Gá. 5:19-21).


Nuestro Señor Jesucristo nos dice con respecto al corazón del hombre: “O haced el árbol bueno, y su fruto bueno, ó haced el árbol corrompido, y su fruto dañado; porque por el fruto es conocido el árbol. Generación de víboras, ¿cómo podéis hablar bien, siendo malos? porque de la abundancia del corazón habla la boca” (Mt. 12:33,34). De manera que así como un árbol de manzanas no puede producir naranjas, el corazón del hombre pecador es incapaz de producir buenas obras. Para el hombre es natural practicar el pecado como para el árbol de manzanas es natural producirlas. Todas las obras del pecador están manchadas por el egoísmo, y por lo tanto son ineficaces para justificar.

sábado, 8 de diciembre de 2007

Las dos religiones parte 1

Hay dos religiones, o dos maneras de relacionarse con Dios: una verdadera y una falsa. Nuestro Señor Jesucristo habló de esto en el sermón del monte, en especial nos enfocaremos en el capítulo 7 de Mateo. Según lo que nuestro Señor ha dicho, los dos tipos de religión difieren en los siguientes aspectos:

1. En la religión verdadera el creyente debe buscar a Dios y pedirle su Santo Espíritu, en la religión falsa el creyente busca a Dios para encomendarse a sí mismo.

Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque cualquiera que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se abrirá. ¿Qué hombre hay de vosotros, á quien si su hijo pidiere pan, le dará una piedra? ¿Y si le pidiere un pez, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas á vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos, dará buenas cosas á los que le piden?


Hay dos cosas a notar en este versículo: 1) Que es necesario pedir para recibir; 2) Que Dios está más dispuesto a dar los dones celestiales de lo que está un padre los dones terrenales a su hijo. Veamos cómo difiere esto de la religión falsa. En la religión falsa el creyente acude a Dios para pedir bienes terrenales presentando su piedad o justicia propia como algo que lo encomienda. Así vemos al Fariseo orando diciendo:

Dios, te doy gracias, que no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces á la semana, doy diezmos de todo lo que poseo (Lc. 18:11,12).


Veamos el contraste con el publicano que oraba junto a él. Dice la Escritura:

Mas el publicano estando lejos no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que hería su pecho, diciendo: Dios, sé propició á mí pecador. Os digo que éste descendió á su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se ensalza, será humillado; y el que se humilla, será ensalzado. (Lc. 18:13,14).


En la religión verdadera el creyente acude a Dios en busca de los dones celestiales, en busca de una justicia que él no posee y que no puede fabricar. El argumento del pecador no es su propia justicia, sino su gran necesidad espiritual. En la religión verdadera, si no se pide el Espíritu Santo, o lo que es lo mismo, un nuevo corazón que sea piadoso, no se puede ser santo. Los que practican la religión falsa tienen un concepto muy diferente. Ellos no creen que Dios esté dispuesto a dar este tipo de dones. Ellos ven a Dios como alguien severo, que sólo recompensa con bienes terrenales a aquellos que son piadosos. Sin embargo, veamos lo que dice nuestro Señor acerca de la actitud de Dios hacia los pecadores arrepentidos. Dice que él está más dispuesto a dar que los padres buenas cosas a sus hijos. Los padres, siendo malos (injustos), sin embargo le dan aquello que le conviene a su hijo. Y esto no porque su hijo se haya portado bien, sino porque lo necesita y es su hijo. Los bienes los obtienen los hijos de sus padres por herencia, no por obras. De la misma manera Dios está dispuesto a dar su Santo Espíritu a los pecadores que se lo pidan, y aún más que ellos. El apóstol dice:

Empero sin fe es imposible agradar á Dios; porque es menester que el que á Dios se allega, crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan. (He. 11:6).

miércoles, 5 de diciembre de 2007

La Vida es una peregrinación

Bienvenidos a mi nuevo blog, donde deseo compartir con los pobres de espíritu, reflexiones que edifiquen el alma. Esta vida es una peregrinación espiritual, motivada por la búsqueda del alma de algo superior. Hay quienes ya han encontrado un hogar en este mundo, más mi alma sigue errante. No se llena con lo temporal, con los placeres terrenales. Así que ha partido en la búsqueda de una mejor morada en las regiones celestes. En este viaje, uno se encuentra con otros peregrinos, lo cual es algo grato, porque nos animamos unos a otros en nuestro viaje. Otras veces uno se encuentra con almas sedentarias, a las cuales animamos a emprender el viaje. Espero encontrar tanto peregrinos como sedentarios a través de este blog.