Inclina, oh Dios mío, tu oído, y oye; abre tus ojos, y mira nuestros asolamientos, y la ciudad sobre la cual es llamado tu nombre: porque no derramamos nuestros ruegos ante tu acatamiento confiados en nuestras justicias, sino en tus muchas miseraciones.
Daniel no veía en las justicias del pueblo de Israel argumentos suficientes para solicitar la redención de su pueblo. Él apelaba a Dios basado en dos cosas: 1) La gran miseria y necesidad de su pueblo; 2) La gran misericordia de Dios. Y este mismo principio se aplica a todo aquel que se acerca a Dios. El pecador arrepentido buscará a Dios, no porque es digno de su favor, sino porque lo necesita; no porque es justo, sino porque necesita ser justificado; no porque sea puro, sino porque necesita ser limpiado. Apelará además a Dios confiado en que es misericordioso, y quiere rescatar al hombre. El perdón de Dios que justifica al hombre no es algo que se pueda comprar. Dios otorga su perdón de manera unilateral, y por lo tanto su justicia para el hombre es un don y por lo tanto es una bendición GRATUITA. No se adquiere con dinero, buenas obras, sacrificios o cualquier cosa que el hombre pueda producir. Tampoco tiene el hombre un derecho inherente al perdón, sino que Dios lo otorga de pura gracia. Dios no está en deuda con el hombre, ni puede adquirir deuda alguna. Es el hombre el que está en deuda con Dios, y es incapaz de pagarla por sí mismo. Por otro lado, Dios no cambia, y por lo tanto lo que haga el hombre no puede persuadirlo a tener una actitud diferente hacia el hombre. Si Dios quisiera destruir al pecador por la justa retribución de sus acciones, nada le haría cambiar de parecer, porque él es inmutable. De manera que si Dios perdona al hombre, es porque él quiere redimirle. Pero para recibir el perdón de Dios y el don de su justicia es necesario que el hombre se arrepienta. Nadie puede disfrutar de un regalo si no lo recibe. Y nadie apreciará algo que considere que no necesita. De manera que si alguien nos ofrece un regalo que pensamos que no necesitamos, o lo rechazamos o lo relegamos sin aprovecharlo. Así es el perdón de Dios, si el hombre piensa que no lo necesita será incapaz de aprovecharse de él. Sólo el pecador arrepentido es capaz de apreciar el don de la justicia de Dios y disfrutarlo. Sin embargo, hay un principio en el hombre, en su naturaleza, que le impide beneficiarse de la justicia de Dios, y es el principio o el sentido de la justicia propia. Este principio se manifiesta de varias maneras, a saber:
- Al no reconocer la condición caída del hombre, considerando que éste no es en verdad injusto y que no ha ofendido a Dios y no está en deuda con él;
- Al pretender que los actos de justicia, amor o caridad, constituyen mérito para obtener el perdón de Dios; si esto fuera así, la justicia de Dios no sería ya un regalo, y Dios estaría en deuda con el hombre que obra justicia.
- Al justificar el pecado atribuyendo sus causas principales a factores externos al pecador.
Bienaventurado aquel cuyas iniquidades son perdonadas, y borrados sus pecados. Bienaventurado el hombre á quien no imputa Jehová la iniquidad, y en cuyo espíritu no hay superchería. Sal. 32:1,2.
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