Entrad por la puerta estrecha: porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva á perdición, y muchos son los que entran por ella. Porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva á la vida, y pocos son los que la hallan (Mt. 7:13,14).
La religión verdadera constituye un reto para el ser humano. Ella llama al hombre a reconciliarse con Dios, mientras que el hombre es enemigo de Dios por naturaleza (Efe. 2:3). Para que el hombre pueda reconciliarse con Dios y practicar la religión verdadera, ha de convertirse. La conversión es un proceso doloroso que implica la autonegación, pues como ya hemos visto, nuestra misma esencia es el egoísmo, el cual llevamos en la carne.
Un día en su ministerio terrenal, nuestro Señor reparó en el hecho de que lo seguían multitudes. En lugar de sentirse alagado y orgulloso, le alarmó este hecho. Volviéndose a la multitud dijo:
Si alguno viene á mí, y no aborrece á su padre, y madre, y mujer, é hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su vida, no puede ser mi discípulo. Y cualquiera que no trae su cruz, y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo. Porque ¿cuál de vosotros, queriendo edificar una torre, no cuenta primero sentado los gastos, si tiene lo que necesita para acabarla? Porque después que haya puesto el fundamento, y no pueda acabarla, todos los que lo vieren, no comiencen á hacer burla de él, diciendo: Este hombre comenzó á edificar, y no pudo acabar. ¿O cuál rey, habiendo de ir á hacer guerra contra otro rey, sentándose primero no consulta si puede salir al encuentro con diez mil al que viene contra él con veinte mil? De otra manera, cuando aun el otro está lejos, le ruega por la paz, enviándo le embajada. Así pues, cualquiera de vosotros que no renuncia á todas las cosas que posee, no puede ser mi discípulo (Lc. 14:26-33).
Cuando el hombre discierne lo que verdaderamente entraña la reconciliación con Dios, retrocede. Ante él se presenta una puerta estrecha, por la cual no cabe su orgullo, su egoísmo y sus caprichos. No solamente debe el creyente renunciar a los placeres sensuales que perjudican el alma, sino que debe estar dispuesto a entregarlo todo, relaciones familiares, honores, riquezas, incluso la vida misma. Todo esto lo hará por amor a Dios, porque lo valorará más que todas las cosas. Y cuando una persona se propone vivir conforme a la verdadera piedad, no es extraño que amigos, familiares y la sociedad entera se le opongan, se burlen de él e incluso lo agredan. Son pocos en verdad los que soportan semejantes pruebas, por lo cual la verdadera religión no es popular.
Muy diferente es el caso de la falsa religión. Ella es amiga del mundo, y siempre está dispuesta a servir a los intereses terrenales. Los falsos adoradores acuden a la falsa religión por diversos motivos. Para ellos profesar la religión puede implicar la posibilidad de incrementar sus riquezas, o el ser respetado, o cubrir sus caprichos bajo el manto religioso, o ganar la atención de las personas. En fin, son muchas las sutilezas que engañan al hombre para que transite el camino de la falsa religión. Ésta puede ser por ejemplo la religión de los padres, la religión nacional o la que cuenta con mayor prestigio, de tal manera que menospreciarla implique descrédito, oposición y vejaciones. También puede ser una religión peculiar, más bien exclusivista, pero que promete complacer los caprichos. Como quiera que sea, será fácil seguir la falsa religión, porque agrada a la carne.
Dijo el apóstol:
Adúlteros y adúlteras, ¿no sabéis que la amistad del mundo es enemistad con Dios? Cualquiera pues que quisiere ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios (Stg. 4:4).
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