Y guardaos de los falsos profetas, que vienen á vosotros con vestidos de ovejas, mas de dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Cógense uvas de los espinos, ó higos de los abrojos? Así, todo buen árbol lleva buenos frutos; mas el árbol maleado lleva malos frutos. No puede el buen árbol llevar malos frutos, ni el árbol maleado llevar frutos buenos. Todo árbol que no lleva buen fruto, córtase y échase en el fuego. Así que, por sus frutos los conoceréis (Mt. 7:15-20).
En la religión verdadera, la obediencia a la ley moral de Dios no es el medio para reconciliarse con él, sino mas bien es el fruto de dicha reconciliación. Dios transforma el corazón del verdadero creyente de modo que de él puedan salir cosas buenas y resulte natural para el redimido conformarse a la voluntad de Dios. Nuestro Señor Jesucristo dijo: “No penséis que he venido para abrogar la ley ó los profetas: no he venido para abrogar, sino á cumplir” (Mt. 5:17). Por su parte, el apóstol Juan nos dice: “En esto conocemos que amamos á los hijos de Dios, cuando amamos á Dios, y guardamos sus mandamientos. Porque este es el amor de Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son penosos” (1 Jn. 5:2,3). El verdadero creyente no ve con fastidio el cumplimiento de la ley, y la observa de corazón, no solamente exteriormente.
Hay dos maneras en que la falsa religión socava la ley moral de Dios, lo cual hace principalmente por medio de sus profetas o ministros: 1) Al predicar los falsos profetas que la ley moral está abolida y que los creyentes están exentos de observarla; 2) cuando los falsos profetas o maestros, aunque exalten la ley en sus sermones, en la práctica contradicen sus palabras. De este segundo caso nos ocuparemos en más detalle en el próximo apartado. Jesús advirtió en contra de estos falsos profetas, que son los agentes propagadores de la falsa religión. Nos exhorta a probar a los maestros según sus frutos u obras.
Los falsos profetas, a diferencia de los verdaderos, son muy populares, porque apelan a los caprichos de la gente. Les presentan el camino fácil, y les hablan de libertad. El apóstol Juan dice de ellos: “Ellos son del mundo; por eso hablan del mundo, y el mundo los oye” (1 Jn. 4:5), y apóstol Pedro refiriéndose a estas mismas personas enseñó:
Porque hablando arrogantes palabras de vanidad, ceban con las concupiscencias de la carne en disoluciones á los que verdaderamente habían huído de los que conversan en error; prometiéndoles libertad, siendo ellos mismos siervos de corrupción. Porque el que es de alguno vencido, es sujeto á la servidumbre del que lo venció. Ciertamente, si habiéndose ellos apartado de las contaminaciones del mundo, por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo, y otra vez envolviéndose en ellas, son vencidos, sus postrimerías les son hechas peores que los principios (2 P. 2:18-20).
Entendemos de esto que los falsos profetas dejan a la gente peor de lo que eran antes. Muchos, que se habían convertido a Dios y abandonado el pecado, por la influencia de un falso maestro volvieron a practicar las inmundicias que habían abandonado. Y todo esto bajo una falsa promesa de libertad. Lo cierto es que no hay libertad en el pecado, porque como dijo nuestro Señor: “todo aquel que hace pecado, es siervo de pecado” (Jn. 8:34). Por su parte, el apóstol Judas (no el Iscariote), nos advierte:
Porque algunos hombres han entrado encubiertamente, los que desde antes habían sido destinados para esta condenación, hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios el único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo (Jud. 1:4).
Cuidémonos pues de los falsos maestros y profetas.
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